Sí Costa
Rica aspira a ser un país desarrollado todas sus actividades comerciales por
más pequeñas que sean deben de ir acorde a las regulaciones del comercio que un
país de primer mundo pregona. La situación que se presentó el día lunes primero
de julio con relación a las entradas para el partido de fútbol entre la
selección nacional de Costa Rica y la selección nacional de Estados Unidos, y
la reventa, puede analizarse bajo la lupa desde dos ángulos.
Primero
quiero abordar el tema emocional. Para nadie es un secreto que el fútbol en
Costa Rica
representa una fuente de pasiones y desahogos. Entiéndase que por
esto el sano disfrute de un deporte que permite además de observar su belleza
llevar al ser humano a disfrutar de un periodo de ocio y olvidar, por al menos
90 minutos, preocupaciones personales y angustias a nivel macro como ciudadano
de un país que se encuentra inmerso en problemáticas de índole variada. No
pretendo con esto justificar los reprochables actos de violencia y desenfreno
que son tema aparte y deberían ser erradicados de cualquier escenario
deportivo.
Una vez
expuesto este contexto se debe sumar el factor exponencial que surge con
partido frente a los estadounidenses a raíz de la derrota sufrida en territorio
norteamericano en donde se intentó jugar un partido de fútbol en un campo de
juego que no reunía las condiciones necesarias para esto. Los costarricenses,
fieles a su idiosincrasia sienten herido uno de sus más preciados tesoros, como
lo es el fútbol, y tienen a su juicio la obligación asistir al partido de
vuelta en suelo nacional.
Ahora bien,
¿Es justo que aparezca la figura del revendedor e imponga discriminación entre
quienes pueden pagar un capricho y quienes no lo pueden hacer por su simple
afán de lucro? Bajo ninguna circunstancia parece justo que un grupo
inescrupuloso tenga, de forma legítima, poder para jugar así con los
sentimientos del costarricense.
Dejando de
lado el romanticismo que aflora alrededor de este partido de fútbol, resulta
necesario analizar la situación bajo una óptica más racional. Sí Costa Rica
pretende ser un país desarrollado, los costarricenses deben de comportarse a la
altura de los estándares que esto exige. La consecución de un objetivo tan
complejo exige tanto del gobierno como del ciudadano un cambio de paradigmas
que reproche desde la falta más grave hasta la que se pudiera considerar más
leve.
¿La
reventa? Nuevamente se puede generar una división para el análisis en cuestión.
El problema existe porque el ciudadano, a pesar de que sabe en su fuero
interior que no es ética y representa un afán de lucro en detrimento de las
demás personas, accede a ella consumando un acto de individualismo con el
pensamiento egoísta que afirma: “No me importan los demás con tal de conseguir
mí entrada y acceder a un evento reservado
para únicamente 35.000 costarricenses aproximadamente”. Un ciudadano de
primer mundo debe actuar de forma ética sin importar el acto o la decisión a la
cual se enfrente, desde recibir dinero para favorecer una licitación hasta fomentar
una transacción fuera del comercio como la reventa. El pensar que una entrada
más, una entrada menos no hace la diferencia es comparable a afirmar que botar
una basura más o una menos en la calle no tiene un mayor significado. Acoger
una actitud como esta solo fomentará aún más la reventa en este caso concreto,
y la corrupción en el ejemplo macro mencionado anteriormente. La diferencia
está en los valores que se tengan y ser consecuentes a ellos.
El gobierno
a su vez no se debe quedar de manos cruzadas. La reventa representa una venta
fuera del comercio y como tal no genera ingresos para hacienda. Es decir, los
revendedores adquieren una entrada por diez mil colones y el gobierno pone un
gravamen sobre este monto pero no percibe ningún ingreso sobre los 30 mil
colones de ganancia que el revendedor obtiene sobre el valor de la venta total.
He leído y escuchado con preocupación cómo ciertas personas se escudan bajo el
hecho de la dificultad de regular estas ventas ya que se realizan en la calle,
sin embargo este argumento es tan débil como el citado previamente de parte del
ciudadano. La inacción y el pecado no solamente costarricense sino
latinoamericano de preferir quedarse de manos cruzadas antes de esforzarse en
busca de un cambio obstaculiza el progreso y genera entrabamientos en temas tan
complejos como el medio ambiente, las licitaciones públicas, el comercio, etc.
Es hora de
que el costarricense haga suyo el pensamiento a largo plazo, se convenza de que
los grandes cambios nacen a partir de pequeños esfuerzos para enrumbar hábitos
dañinos para el país. Un tema que para muchos podría ser trivial reviste gran
importancia si se magnifica su preponderancia al analizar la situación y
comprender que ésta es solamente un
reflejo más de los comportamientos y hábitos que no permiten a Costa Rica
avanzar en la consecución de ser un país desarrollado. Juntos el gobierno y los
ciudadanos, mediante pequeñas gotas que juntas forman el océano, pueden
conquistar cimas inimaginables, dando un paso a la vez sin detenerse a pensar
que son demasiados los pasos que se requieren para conquistar la montaña.
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